Paraíso
marzo 23, 2007
Detrás de mi casa, en un rincón escondido, hay un paraíso. Está rodeado por cuatro muros de piedra gris, altos y gruesos. La única entrada es una puerta metálica muy pequeña, casi como si no hubiera sido pensada para humanos. Dentro la vida fluye, ondulea, se mece y saluda, trina, vuela, te toca, corre y te abraza.
A la derecha un pino majestuoso se impone sobre todo lo demás, él gobierna benévolo dando sombra y refugio a quien desee tomarlos. A sus pies el pasto crece y se extiende como un mar, y entremezcla con los arbustos su color verde. Las enredaderas tapizan la barda, salpicada de mariposas viajeras, inquietas, etéreas. Hay lagartijas, catarinas, grillos, escarabajos perezosos y aves, las mensajeras que van desde el pino hacia otros lugares, cerca o lejos, para llevar sus recados incluso al mismo cielo infinito.
Todos los sonidos son armoniosos, pero lo que más me gusta escuchar es un susurro leve, a veces casi imperceptible pero presente siempre de fondo: las hojas la hierba y el pino murmurando los secretos de la naturaleza, la fórmula mágica de la vida, la combinación exacta del aroma a lluvia y tierra mojada, los ingredientes del perfume de las flores…
Otros ojos podrán pensar que es un terreno cualquiera, un árbol común rodeado de hierba ordinaria. Verán apagados los tonos y tediosos serán los sonidos. Otros ojos podrán pasar de largo y seguir su camino sin saber que ahí, a la vuelta de mi casa, escondido en un rincón de mi mente, hay un paraíso.
A la derecha un pino majestuoso se impone sobre todo lo demás, él gobierna benévolo dando sombra y refugio a quien desee tomarlos. A sus pies el pasto crece y se extiende como un mar, y entremezcla con los arbustos su color verde. Las enredaderas tapizan la barda, salpicada de mariposas viajeras, inquietas, etéreas. Hay lagartijas, catarinas, grillos, escarabajos perezosos y aves, las mensajeras que van desde el pino hacia otros lugares, cerca o lejos, para llevar sus recados incluso al mismo cielo infinito.
Todos los sonidos son armoniosos, pero lo que más me gusta escuchar es un susurro leve, a veces casi imperceptible pero presente siempre de fondo: las hojas la hierba y el pino murmurando los secretos de la naturaleza, la fórmula mágica de la vida, la combinación exacta del aroma a lluvia y tierra mojada, los ingredientes del perfume de las flores…
Otros ojos podrán pensar que es un terreno cualquiera, un árbol común rodeado de hierba ordinaria. Verán apagados los tonos y tediosos serán los sonidos. Otros ojos podrán pasar de largo y seguir su camino sin saber que ahí, a la vuelta de mi casa, escondido en un rincón de mi mente, hay un paraíso.